Aquella silenciosa sombra
masculina se dirigía hacía mí, mientras la música sonaba. Sus ávidas
pupilas clavadas fijamente en mis senos, comenzaban a incomodarme.
Intenté ceñir el escote de mi blusa a mi cuello para disimularlos, pero sus manos comenzaron a deslizarse por debajo de mi
falda.
Ellas fueron capaces de lograrlo, de transformar la congoja en regocijo.
Ellas fueron capaces de lograrlo, de transformar la congoja en regocijo.
El delirio de una caricia me
transportó a un lugar desconocido, a un lugar donde jamás había estado antes, a pesar de mis años.
Encontré sin proponerlo a un
vendedor de bisoño, que entre sábanas de satén, aguardaba sosegado a que
desvelase la sensualidad que abrigaba a lo más íntimo de mí ser.
Con él fui deshojando la rosa de
la lujuria y descubrí como esculpía uno a uno los brillantes del deseo y un
apetito voraz por la carne hizo que desterrase a la correcta dama que albergaba en mí.
Bebí de su amor tantas veces como
gotas de lluvia puedan caer en otoño.
En cada encuentro, caminé por
senderos de gloria. Era como una adicta necesitada de somníferos.
Pero pronto se evaporó como el
aroma de un perfume barato, dejándome sumamente abúlica.
Fue entonces, cuando me negué a
continuar con mi anterior existencia, que me descendía de un modo insustancial.
Y desde entonces, cada día en su honor, coloco una rosa en
mi pelo y despliego las alas de la lujuria, para derramar mi cólera
en las esquinas con la excusa de conseguir, un puñado de monedas.
Autora Margary Gamboa. ©todos los derechos reservados.
Muy bonito; cuando se baja al cielo , no puedes subir de nuevo a los infiernos.
ResponderEliminarlogus
Bellísimo desde el principio hasta la última lína, me atrapó completa, que bello que escribes!
ResponderEliminarQue bonito y sensual, que pena que sea tan cortito...aunque lleno de expresividad sensual...tu seguidor fiel.
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