Con
el alma desocupada una se sujeta a cualquier estrella que vuele cerca, con la
intención de llegar a lo más ansiado, y un día, mi estrella llegó, ofreciéndome su vuelo. Me llevó hasta él y me posó en edén de amor.
Aunque
el silencio sea mi cómplice, no conozco otra razón más profunda para este amor,
que amarle.
Aquel
día quise soñar sus sueños y con las alas desplegadas, volé a ras de su alma,
como si fuese una gaviota que araña el mar en busca de su presa. Solo por un
segundo me posé sobre su pecho. Fue un pequeño instante que se convirtió en un
grandioso momento. Allí, encontré un cobijo infinito, tan cálido y suave, del que
jamás quisiera escapar.
Desde
el balcón de la esperanza miré mi vida, la vi tan bonita, que parecía de
verdad. Me miré durante largo rato en lo profundo de sus ojos, hasta que ya no
alcancé a ver más allá de mi propia realidad. Me sentí tan insignificante
ante aquella enorme complacencia, que me quedé plácidamente dormida al abrigo de
sus caricias.
Tenía, en una mano la esperanza y en la otra la aseveración y con un traje de
sentimientos desnudé mi alma. Fui escribiendo aquella historia en el libro del
amor, donde había construido un castillos de ilusión, en una parcela
deshabitada. Donde las huellas de la
realidad no son más que pisadas en las nubes. Me sentiría tan feliz si algún
día él, pudiera vivir un solo momento en mis sueños, por fin, sabría todo lo
que callo.
Autora Margary
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